Tom Carter trabajaba en la
gasolinera de un pueblo de Texas a sesenta kilómetros de El Paso. Bobby Fuller
se detuvo a repostar en una ocasión, y después de pagar le firmó un autógrafo y
le estrechó la mano. Luego subió al coche y siguió su camino mientras Carter,
parado frente al surtidor, lo veía alejarse.
En febrero de 1966, The Bobby Fuller Four sacaron el álbum I Fought The Law. Carter salió de trabajar, fue
a comprarlo y lo pinchó en cuanto llegó a casa, antes de quitarse la cazadora y
lavarse las manos grasientas. Desde que la había escuchado en la radio, no se
le iba de la cabeza la versión del viejo tema de Sonny Curtis que daba título
al disco. Pero ahora se sintió hechizado por la tercera canción de la cara A,
“A New Shade of Blue”. Nunca había oído nada semejante. Volvió a pincharla un
par de veces y escuchó el álbum entero mientras comía. Luego dedicó la tarde a
reparar el motor de la camioneta que utilizaban en la gasolinera, y al
anochecer entró en casa y cenó con el disco puesto. Se sentó cansado delante de
la televisión, pero en seguida se levantaba para volver a escuchar “A New Shade
of Blue”. Pasada la media noche, se tumbó en la cama y se durmió con las
palabras de Fuller resonando melancólicas y certeras dentro de su cabeza.
Aunque al día siguiente no
trabajaba, Carter se levantó temprano. Fue hasta la estantería donde guardaba
sus discos. Cogió el de The Bobby Fuller Four para escuchar de nuevo “A New
Shade of Blue”, y al sacarlo de la funda se le escurrió entre los dedos y cayó
al suelo. Lo recogió inquieto, lo pinchó y comprobó que se había rallado la
cara A. Tenía que ir a comprar otra copia. Iba a vestirse cuando se le ocurrió
encender la radio: Steve Nichols, un conocido con quien solía coincidir los
viernes por la noche en los bares de la ciudad, quizá emitiera la canción desde
la emisora donde trabajaba. Al cabo de un rato, Carter pudo oír, conmovido, los
primeros compases de “A New Shade of Blue”. Pero la canción terminó dos minutos
y cincuenta y tres segundos después, y a continuación Nichols siguió emitiendo
los temas que Carter escuchaba habitualmente. Apagó la radio, se vistió, salió
a la calle, subió al coche, y en unos minutos aparcaba frente a la tienda de
discos. Entró, se hizo con una copia del álbum y la pagó, la joven dependienta
lo miró con extrañeza mientras salía. Carter condujo de vuelta a casa. Después
de pasar por delante de la emisora redujo la velocidad, dio marcha atrás y se
detuvo frente al pequeño edificio. Vio al locutor al otro lado de la ventana de
la planta baja, con el micrófono cerca de la boca. Nichols gesticulaba,
manipulaba discos y activaba controles, parecía que hablara solo. Carter lo
observó un rato. Luego bajó del coche y entró en el local. Cuando Nichols lo
vio, se puso en pie y salió de la sala de control para saludarlo. Carter le
pegó un puñetazo que lo hizo caer, entró en la sala y cerró la puerta con
llave. No le costó dar con el disco que buscaba; lo sacó de la funda y emitió
“A New Shade of Blue”, Nichols le había explicado cómo se hacía. Antes de que
la canción terminara, oyó los golpes del repuesto Nichols contra la puerta. Se
levantó, abrió y de un puñetazo mandó a Nichols fuera de la emisora. Después
regresó a la sala, volvió a pinchar la canción y siguió pinchándola a lo largo
del día, ignorando las llamadas telefónicas de los indignados oyentes. Estaba
anocheciendo cuando los agentes de policía aparcaron delante de la emisora,
irrumpieron en la sala echando la puerta abajo y redujeron a Carter. Lo sacaron
a la calle esposado, ante la mirada curiosa de los que se reunían frente al
local. La mayoría lo tomaban por loco y unos cuantos lo felicitaban. Carter
pidió disculpas a Nichols. La semana siguiente fue juzgado (aunque Nichols no
puso denuncia) y condenado a sesenta días de cárcel por alterar el orden.
Cuando salió de prisión volvió a su trabajo en la gasolinera de aquel pueblo de
Texas.