Wilson aguarda a Jean sentado bajo una sombrilla junto a la piscina del hotel. Un botones sube al Pontiac rojo parado frente a la entrada y lo conduce hacia el aparcamiento. Desde la ventana abierta de una habitación, atenuado por el ruido del oleaje, llega el “The Last Kiss” de Wayne Cochran interpretado por Pearl Jam. Más allá de la línea de palmeras, Wilson divisa la puesta de sol sobre el Océano Pacífico. Cientos de personas recorren de un lado a otro el paseo marítimo. Wilson lleva un rato observando a la turista rubia que trepa hasta el nivel más alto del trampolín, se tira al agua de cabeza, hace dos largos de piscina, sale del agua, sube de nuevo al trampolín y vuelve a tirarse al agua. Durante más de media hora repite el mismo itinerario. Mientras termina su bebida, Wilson se da cuenta de que la turista tiene el rostro de Jean. Es Jean, pese a que Jean siempre ha sido pelirroja. Pero no se decide a levantarse para salir de allí con ella. Tienen que marcharse de San Diego antes de que anochezca, los dos saben lo que va a sucederles si se quedan en la ciudad después de la puesta de sol, pero Wilson no es capaz de levantarse, y la turista que es Jean sigue saltando desde el trampolín y nadando en la piscina. Cuando al fin logra ponerse en pie, Wilson siente un mareo. Su vista se nubla, se viene abajo y trata de apoyarse en la pared. Pero no hay pared, la más cercana está a doscientos metros, la del muro de hormigón que rodea la piscina. Wilson abre los ojos y comprende que no se llama Wilson, que su nombre ha sido siempre Richardson, que se encuentra en el corredor de la muerte de la prisión de San Quintín y que lleva allí los últimos doce años. Recorre la celda de un lado a otro recordando la mañana de febrero de 1998 en que descubrió la cabeza de Jean tirada al fondo de un callejón de Bridgeport, unos minutos antes de que la policía se presentara en la pensión donde se habían alojado. No puede discernir nada de lo sucedido antes o después de aquello, sólo la sangre seca sobre la nieve y la impresión de entender algo que en seguida olvidó y los pasos de los agentes a su espalda. Richardson se deja caer en la silla. Los guardianes vienen a buscarlo, lo sacan de la celda y lo conducen por el corredor hacia el lugar de la ejecución. Las palabras “dead man walking!” todavía resuenan en su cabeza mientras lo sujetan a la camilla y unas manos enguantadas le frotan los brazos con alcohol y le aplican las inyecciones. Imagina el dolor que va a sentir dentro de unos minutos cuando el alcaide haya dado la señal y la ejecución se lleve a cabo. Siente la asfixia, los espasmos, el intenso calor en las venas, un calor inaguantable, infinito: el calor de los rayos de sol que acarician su rostro sin afeitar, el calor del sol del mediodía que reverbera sobre la carrocería de los automóviles que pasan en una y otra dirección mientras él se aleja del arrabal de San Diego caminando bajo la sombra escasa de las palmeras. “Jean, ¿dónde estás?”, piensa. “¿Es que nunca podré escapar de California?”
lunes, 20 de octubre de 2014
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7 comentarios:
Coooño! Muy bueno, Antonio. Me parece un ejemplo óptimo de lo que debe ser un cuento.
PS: Tus deudas con el cine norteamericano de los 50 son manifiestas, pero eso no es más que una de tus "marcas de estilo", accesorio totalmente a la fantástica "redondez" del relato.
Subscribo el comentario de Miroslav de pe a pa.
Estremecedor, me gusta.
:)
Miroslav, Lansky, Babe, muchas gracias.
(En la foto, Kevin McCarthy y Dana Wynter en "La invasión de los ladrones de cuerpos", de Don Siegel y Daniel Mainwarning, una de las grandes películas de los años cincuenta.)
Wow! Muy bueno Antonio! Muy cinematográfico también. El fotograma que ilustra el texto me parece muy irónico, y, en cierta medida, apropiado. Al fin y al cabo, en la peli también caminan hacia un cierto tipo de muerte.
Un saludo
Qué bueno, Antonio! Por un momento me vino a la cabeza la peli de Dassin Fuerza Bruta, cuando los presos recordaban partes de su pasado que tenían que ver con su cautiverio actual. Un placer volver a leer tus estupendos relatos…éste prácticamente insuperable, emocionante; el final te hace respirar con más fuerza de lo normal. Hasta la próxima.
Gracias, deWitt. Ese itinerario que recorren los amantes es lo que más me gusta de la película de Siegel y, en mi opinión, lo que convierte un clásico indiscutible de la ciencia ficción en una obra maestra.
¡Javier, cuánto tiempo! Me alegro de que te haya gustado. Aún no he visto la película de Dassin, es una de mis asignaturas pendientes. Veo que has puesto una entrada nueva en tu blog, ahora paso por allí.
Saludos.
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