miércoles, 24 de abril de 2013

MARY CHANNEL

Mary Bellamy era una joven de Dorchester que a los dieciséis años se casó por imposición de sus padres con un fabricante de telas treinta años mayor que ella. Las semanas anteriores a la boda, Mary dormía mal y tenía pesadillas. Intentó que su padre cancelara la ceremonia, pero éste se negó y el 12 de septiembre de 1723 Mary se convirtió en la señora Channel.
Después de una desastrosa noche nupcial, Mary pasó a ocuparse de la casa. Su marido le encomendó dirigir a unos sirvientes que apenas se esforzaban por ocultar su desdén hacia una muchacha cuyo origen era tan humilde como el de ellos. Mary lo puso al corriente pero el señor Channel no quiso escuchar sus acusaciones, así que los sirvientes y ella se enzarzaban en continuas disputas en cuanto aquél se ausentaba. Con el paso de los meses, resultó evidente que el señor y la señora Channel no podían tener hijos. Al cabo de un año, el señor Channel apenas le dirigía la palabra a su mujer y desempeñaba su rutina diaria como si ella no estuviera presente. Mary salía de casa por la mañana después de que su marido se hubiera ido a trabajar, pasaba las horas caminando por los campos y los bosques de los alrededores, y regresaba unos minutos antes que él para comer o para cenar. Cuando el señor Channel se enteró de aquellas ausencias la golpeó y le ordenó que no volvieran a repetirse. Desde entonces, Mary deambulaba mañana y tarde por el interior de la casa, y a veces lloraba junto a una ventana si estaba segura de que nadie podía oírla.
Una mañana de febrero, el señor Channel cogió la diligencia para Londres, donde iba a pasar diez días por asuntos de negocios. Dos días después, un joven de la edad de Mary, que decía ser marino y dirigirse a Weymouth para enrolarse en un barco que zarpaba esa semana, paró a pedir agua en casa de los Channel. Mary lo condujo hasta la cocina y se la sirvió ella misma. Estuvieron hablando un rato con la puerta cerrada. Luego salieron de la vivienda, e ignorando las miradas acusadoras de sirvientes y vecinos tomaron el camino que conducía hasta el pueblo. Aunque el muchacho se hospedó en una posada, la mañana siguiente volvió a casa de los Channel y repitió las visitas durante el resto de la semana. El día que había decidido marcharse, al caer la tarde, Mary fingió indicarle la forma de llegar hasta la costa, pero en cuanto dejaron atrás el pueblo se adentró en el bosque seguida por él. Pasaron la noche dentro de una cabaña abandonada y alejada del camino. El muchacho le prometió que al día siguiente la llevaría consigo, pero Mary se despertó de madrugada y estaba sola en la estancia. Echó a andar de vuelta a casa. Al entrar se topó con los sirvientes, que comenzaban la jornada y se mostraron extrañados al verla. Mary los rechazó violentamente, se negó a darles explicaciones y se retiró escaleras arriba a una habitación apartada.
Cuando el señor Channel regresó, ya estaba al tanto de la aventura de su mujer. A la hora de la cena se reunió con ella en el comedor e hizo salir a los sirvientes. El señor Channel la golpeó varias veces y le ordenó que se marchara inmediatamente de su casa, pero antes de que pudiera agredirla de nuevo Mary cogió uno de los cuchillos que había encima de la mesa y se lo clavó en el cuello. El señor Channel se desplomó a sus pies y Mary lo contempló en silencio mientras se desangraba sobre la alfombra. Luego salió de casa, atravesó los prados contiguos y caminó sin rumbo por el bosque. La detuvieron unas horas después dentro de la cabaña donde había pasado la noche con el muchacho. Se dejó prender y no respondió a ninguna de las preguntas que le hicieron mientras la llevaban de regreso al pueblo.
Mary Channel fue juzgada por asesinar a su marido y condenada a morir en la hoguera, la pena habitual para las mujeres que habían matado a sus cónyuges. Cuando escuchó la sentencia, sufrió un mareo y tuvieron que sujetarla para que no se desplomara. Se repuso unos minutos después y afirmó que merecía morir por lo que había hecho, pero suplicó que no la mataran de aquella forma. Además responsabilizó de lo sucedido a sus padres, que se encontraban en la sala y le rogaron que los perdonara. Pero Mary se negó a hablar con ellos, y en seguida fue conducida a la prisión donde aguardaría hasta que se cumpliera la sentencia.
El dos de marzo de 1725, dos guardianes sacaron a Mary de su celda, le ataron las manos, la tendieron sobre una plancha de madera de la que tiraba un caballo, y un palafrenero la llevó hasta el emplazamiento donde iba a tener lugar la ejecución, al que habían acudido numerosos vecinos y gentes de los alrededores. El verdugo la puso en pie, la situó en el centro de la pira, fijó su cuerpo al poste con una cadena y le ató una cuerda alrededor del cuello. A continuación, procedió como era habitual en aquellos ajusticiamientos: prendió fuego a las ramas y los haces de leña acumulados en torno a Mary, y cuando las llamas se elevaban tiró con fuerza de la cuerda hasta estrangularla. Luego el vestido de Mary se inflamó, su cuerpo comenzó a arder, y al cabo de varias horas quedaba reducido a cenizas. 

17 comentarios:

julian bluff dijo...

Me ha gustado la historia. Y sobre todo la forma de exponerla, tan clara y limpia: la dificultad de la sencillez.

Lo del apellido que le has puesto al protagonista masculino tiene bemoles: una mezcla de sofisticación (Madame Cocó) y high tech (Sky Channel). Bien traído.

Un abrazo, Antonio.

Lansky dijo...

Lo más terrible es que pudo ser cierto, es una historia que parece sacada de la Historia Universal de la Infamia de Borges. Es decir, que con tu aparentemente sencillo y escueto estilo has demostrado la Verdad que puede ofrecer la buena literatura. Es importante lo que cuentas y cómo lo cuentas, Antonio. Enhorabuena.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias, Julian.
En realidad, hubo una Mary Channel que a principios del siglo XVIII envenenó a su marido; al enterarme de aquel suceso me animé a escribir el relato.
A mí el nombre me gusta sobre todo porque me hace pensar en el “English Channel”, de ciertas resonancias sentimentales por la historia de Mary Stuart y otras similares que tal vez tuvieron lugar en aquellos tiempos convulsos.
Un abrazo.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias, Lansky. Precisamente le decía a Julian que el punto de partida es real. Cuando le pasé a mi hermano este cuento y el anterior, también me dijo que le habían recordado al libro de Borges, que junto con “Artificios” es lo que más me gusta de ese autor, aunque no lo tenía presente al escribirlos. Incluso se me ocurrió llamar a estos relatos “Historia universal de la derrota”, pero me pareció un título un poco pretencioso.
Estos días estoy leyendo noticias sacadas de periódicos de la época, el “Moll Flanders” de Daniel Defoe y el “New Gate calendar”, una especie de almanaque publicado en el siglo XIX donde se narraban las vidas y muertes de criminales ingleses que vivieron entre la Edad Media y aquel momento, y es terrible no tanto la crudeza con la que se combatía el crimen (a la altura de la crudeza con la que los criminales delinquían) cuanto la que se empleaba para castigar todo aquello que supusiera una mínima amenaza para el orden establecido. De ahí que la condena para las mujeres que mataban a sus maridos fuese la hoguera.

Emma dijo...

Me pregunto cuál sería la condena para los maridos que matasen a sus mujeres ( dando por sentado que no existía ninguna para los que las golpeasen)
Poor Mary Channel, se merece una canción folk o una balada, tocada sentimentalmente por un violinista borracho. No me extrañaría nada que su fantasma aún vagase por el "Canal de la Mancha" buscando a su marinero con un farol encendido en la mano, el único que le dio-supongo- un agradable revolcón.
Es una buena idea escribir estas historias sacadas de periódicos de la época, al fin y al cabo la literatura es eso, sacar, rebuscar, poner a la luz lo que se olvida, lo que parece que no existe pero está ahí. Como siempre lo haces muy bien. Las tragedias son siempre sencillas. Leyendo tu relato una se da cuenta de lo fácil que es acabar envuelto en una de ellas, como protagonista.
Salir de una situación como esa no es sólo una cuestión de azar. Pienso eso al leer lo que has escrito : Escapar de su destino es algo que siempre intentan tus personajes y nunca consiguen.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias, Emma.
Supongo que cuando un hombre mataba a su mujer, todos estaban de acuerdo en que algo habría hecho ella. A las mujeres que mataban a sus maridos se las acusaba de traición, al igual que a los sirvientes que mataban a sus amos. Es escalofriante la dureza con la que se narran esas vidas en los textos de la época, sobre todo para el lector de hoy, que sabe que, al margen de cuáles fueran las circustancias, el hombre o la mujer cuya historia está leyendo va a sufrir un final lamentable.
Me pregunto si el joven marinero (en el caso de que realmente lo fuera) fue especialmente generoso con la inexperta Mary y el revolcón resultó agradable para ella; digamos que sí, que si la abandonó en la cabaña fue por miedo a no poder darle la vida que ella hubiera deseado, que no podía olvidarla mientras el barco cruzaba el Atlántico rumbo a Nueva Inglaterra, y que siempre la recordaría durante los duros años que le esperaban en el Nuevo Mundo.
Dediquémosle a Mary esta preciosa y triste canción:

http://www.youtube.com/watch?v=ITPqDhGcrjY

Grillo dijo...

Antonio,
de nuevo nos cuentas una tristísima historia con final tremendo y, como dice Lansky, lo haces con un planteamiento sencillo y escueto. Y añado yo que también con la limpieza de un cirujano que está abriendo un cuerpo con la frialdad y la porofesionalidad que le son necesarias, aunque por dentro sepa el hombre que su oficio es cruento.

Nada más empezar la lectura (y al margen de la fotografía que cuelgas que ya es terrible y no presagia nada bueno) ya se apercibe tu lector de que la historia no puede acabar bien.

Y lo cierto es que deben haber sido muchísimas las Marys maltratadas entonces, antes y hoy día. Las nujeres quemadas, lapidadas, maltratadas por su propios padres y vejadas a lo largo de la Historia de la humanidad, de la infamia, y de lo que se quiera decir.

Pero fíjate qué pronto nos identificamos con la brevísima felicidad que pudo haber proporcionado a la chica aquella noche de placer con que el joven de la cabaña.... aunque también la dejó en la estacada por motivos que nunca sabríamos. Ahí das una puntadita de cierta esperanza.
Fantástico a pesar del pesimismo.

Gracias.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias a ti, Grillo.
La foto es de la actriz Marla Landi en la película “El perro de Baskerville”. Fue actriz hasta que se casó, según cuentan, con un duque o un conde británico y dejó el cine, con lo cual su vida tuvo muy poco que ver con la de la protagonista del relato, ni con la del personaje que interpretó en aquella película.
En realidad, pretendía que la noche que la chica y el muchacho pasan en la cabaña fuera para ella un episodio vacío, pero me alegro de que tal y como está escrito se pueda interpretar como un momento que quizá le supuso cierta felicidad, y que no se sepan los motivos por los que él decidió marcharse. Cuando leí el comentario de Emma me pregunté si debía de hacer el relato más explícito en ese sentido, pero si tú también lo has interpretado como ella, entiendo que no hacen falta retoques. Creo que cualquier historia dramática necesita en algún momento un contrapunto, por mínimo que sea y aunque en cualquier caso acabe todo mal; es un contrapunto que ayuda a que el relato sea más creíble.
Un saludo.

Lansky dijo...

Yo creo que la escena de la cabaña y el marinero se puede interpretar como tan compasivamente hacen Emma y Grillo, pero también como dictaba tu intención. Precisamente ahí radica la riqueza de significados de un buen relato, que cada buen lector hace suyo y reinterpreta y sólo la lectura completa.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias, Lansky. Así queda la escena, pues.

Barbie Jardinera dijo...

Ah, ya sé, me ha recordado, a aquella película de L.Von Trier (qué alegre todo él, por Dios), con Bjork de protagonista, no recuerdo el título. Los golpes y la deseperación siguen existiendo. Las bodas por "respeto" a tus padres, que se lo cuenten a las chicas musulmanas de medio mundo (ví una vez en la tele francesa, al finalizar el curso escolar, cómo daban consejos a las niñas que iban a pasar el verano a Marruecos "au cas où" sus papis les tuvieran un buen marrón organizdo al llegar...). Ya no hay hoguera, eso no. Algo hemos avanzado.

C.C. dijo...

Tu Mary tiene mucho de Rebecca (Daphne du Maurier) por su soledad, sus paseos, la hostilidad de la servidumbre.

Mientras te leía, mi optimismo anticipó un embarazo de la chica que la rescataría de la pena de muerte. La verdad es que no sé cual era el manejo en aquella época ¿ quemaban a los fetos también ?

Javier Simpson dijo...

Tremendo relato, Antonio, cruel y triste. Como siempre me ha gustado mucho. A ver si pudieras editar estos relatos en un libro, caray. Están de maravilla, se mete uno en la historia con una facilidad pasmosa.
Un abrazo

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Podía haber sido una buena solución, C. C., aunque el niño no sería del mamarracho de su marido sino del joven marinero (un motivo más para que éste nunca olvidara a Mary, el saber que dejaba un hijo allá en Inglaterra). En "Moll Flanders" se ve cómo a las mujeres condenadas a la horca por robar, si estaban embarazadas se les conmutaba la pena por la deportación, pero no sé si sucedía lo mismo con quien había matado a su marido; quiero creer que sí, porque la idea era que no se podía matar a una mujer embarazada.

Muchas gracias, Javier, me alegro de que te haya gustado. Publicar es un camino largo y dificultoso. No sé, en algún momento hay que intentarlo, al menos.
Un abrazo.

Miroslav Panciutti dijo...

Fue el joven marinero quien mató a Mary, quien la condujo a lo que casi puede calificarse de suicidio. Probablemente fue una chica de carácter, que no se resignaba a aceptar las crueles reglas de su época que la condenaban a una vida decidida por otros: primero sus padres, luego el viejo que le impusieron como marido. La aventura con el joven de su edad le abrió la esperanza de escapar de esa cárcel. Pero a la mañana siguiente llegó la cruel comprobación de lo irremisible de su destino. Y decidió que no podía más. Por eso contempló impávida el desangramiento de su marido, por eso erró como una zombi por el bosque y volvió al lugar del desencanto (para entonces no de felicidad) y por eso reconoció que merecía morir. La mayoría de los seres humanos, sobre todo de las mujeres, no llegaban a tanto y se resignaban. Mary, simplemente, no pudo.

C.C. dijo...

Rectifico : Rebecca es la primera esposa difunta omnipresente en la vida de la segunda y joven mujer cuyo nombre no aparece en toda la novela. Pero veo que entendiste a quien me refería sino me habrías corregido.

Claro que el bebé habría sido del amante. Doble castigo para el viejo marido, demostrándose así que ya no era capaz de engendrar.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Es posible, Miroslav, aunque ese reconocimiento final, ese acatamiento de una muerte claramente inmerecida, más que la consecuencia del mazazo último a una conciencia sometida y frustrada que supuso quizá la partida del marinero, significó su incapacidad para transgredir (ella que tanto había transgredido hasta ese momento) una de las normas inamovibles de su tiempo: que el criminal debe morir.

Ya me daba cuenta, C. C. No he leído la novela ni visto la película de Hitchcock, la del famoso “anoche soñé que volvía a Manderley”. Recuerdo una película danesa de la misma época que en España titularon “Dies irae”, buenísima, de tema parecido aunque mucho más terrible ya que tiene lugar en tiempo de persecuciones religiosas en la Dinamarca del siglo XVII. Es una de las películas que más me impresionaron.