A Grillo, Emma y Javier Simpson
Mi abuela materna falleció
hace diez años y mi abuelo hace seis. Mis abuelos vivían con una de mis tías en
una casa indiana que mi bisabuelo construyó a principios de siglo, cerca de una
aldea situada en una península húmeda y boscosa del norte. Es un edificio amplio y acogedor, pero el retrato
de un antepasado, una estampa de la virgen o un cuadro desdibujado por el paso
del tiempo pueden darle un aire algo tétrico al rellano de una escalera o a una
habitación apartada. De chaval me asustaba subir solo hasta la última planta,
pero hoy resulta un lugar ideal donde leer una tarde de invierno. La casa está rodeada por un muro y un jardín, y en la
parte de atrás hay un cobertizo para guardar leña, un pozo, un lavadero y un
hórreo que ya no se utiliza. Cuando éramos niños, mi hermano y yo trepábamos
hasta los tornarratos y contemplábamos el extenso prado que llega hasta el otro
lado del muro y los sombríos bosques de castaños de los alrededores.
Mi tía está enferma, pero toma
una medicación que le permite llevar una vida normal. De todas formas no le
conviene quedarse sola en casa mucho tiempo, así que los sábados y domingos los
pasan en la aldea mi madre o mi madrina, y durante la semana vive con ella una
señora que llegó hace unos meses de Bolivia buscando trabajo.
Después de morir mis abuelos,
una asistente social nos puso en contacto con Katia y Petro, dos rusos que
viven en un pueblo cercano, y les propusimos que se instalaran en la casa.
Katia había trabajado en otras casas
antes y Petro es soldador en un astillero de la zona. Una tarde fueron hasta la
aldea, y después de pasar un rato charlando con mis tías y con mi madre no les
costó decidirse, encandilados por aquel lugar tranquilo y al mismo tiempo
próximo a la carretera donde para el autobús de cercanías. Cuando surgió la
posibilidad de que vivieran con mi tía, pensamos que podrían instalarse en una
habitación de la planta baja, contigua a una pequeña biblioteca y a un cuarto
de baño situados junto a la entrada principal. Biblioteca, habitación y cuarto
de baño forman una especie de estancia independiente que permitiría a Petro y
a Katia disfrutar de una cierta intimidad, aun compartiendo el resto de la casa
con mi tía.
Katia se instaló un dos de
noviembre y Petro, a causa de unos asuntos que resolver en el pueblo, vendría
unos días después. Mi madrina, que vive en Madrid, pasó una semana con ellas.
Katia y mi tía se entendían bien y parecía que la convivencia iba a ser fácil.
Sin embargo, esa primera semana apenas durmió allí tres o cuatro noches, pues a
media tarde tenía que ir al pueblo por algún motivo (porque era su cumpleaños y
quería celebrarlo con Petro, para hacer unas gestiones, para llevarle a Petro
un paraguas), y ya no regresaba hasta el día siguiente. Aunque a mis tías les
pareció extraño, lo atribuyeron a las complicaciones habituales cuando se deja
un sitio para empezar a vivir en otro.
El domingo por la noche mi
madrina cogió el tren para Madrid. Al llegar telefoneó a mi tía y ésta le dijo
que Katia tampoco había dormido en la casa. Durante la semana siguiente Katia
no pasó allí dos noches seguidas, y las pocas veces que se quedó, se encerró a
media tarde en su habitación y no salió hasta el día siguiente. El viernes por
la mañana, mi madrina habló con ella por teléfono y le explicó que tenía que
quedarse a dormir, que no podía dejar a mi tía sola. Pero Katia volvió a
marcharse al cabo de unas horas.
El sábado por la mañana, antes
de desayunar, mi tía abrió las contras de la planta baja y se encontró a Petro
y a Katia esperando junto a la puerta de la cocina. Petro fumaba con aire grave
un cigarrillo y lucía una pequeña cruz de oro en la solapa, y Katia parecía
inquieta. Petro le explicó a mi tía que habían venido para tratar un asunto muy
importante y ella los hizo pasar. Una vez en el comedor, sin más preámbulos,
Petro le dijo que la casa tenía un regalo. Después de reflexionar un
momento, mi tía se preguntó si tal vez Petro quería decir que la casa estaba
embrujada, pero descartó la idea. Sin embargo, así era: Petro le explicó que
Katia sentía la muerte reciente de dos personas, y sostenía que una de
ellas no estaba tranquila. Durante la noche, su cama se movía y las cortinas se
agitaban como si el viento pasara a través. Si se daba la vuelta y extendía las
manos, sus dedos tocaban un antebrazo velludo y musculoso. A cualquier hora del
día, aunque con más fuerza al caer la tarde, notaba presencias en todas las
estancias de la casa. Mi tía comentó que quizá las cortinas se movían porque en
la habitación quedaba abierta alguna ventana, pero Katia había comprobado por
la mañana que todas estaban cerradas. En cuanto al brazo velludo, mi tía sugirió
que tal vez un gato había entrado por la noche y había llegado hasta la cama,
pero Katia verificó al día siguiente que las puertas se habían cerrado antes de
acostarse. Al parecer, Petro ya había vivido una experiencia similar: cinco
años atrás, en el pueblo de Orense donde trabajaba, se había alojado durante
varios días en una casa que resultó estar embrujada. Aunque se marchó en
seguida, el tiempo pasado dentro fue suficiente para que se apoderara de él un
encantamiento del que luego le costó lo suyo liberarse. Por eso ahora tenía que
llevar consigo en todo momento la cruz de oro y un frasquito con agua bendita,
que sacó del bolsillo de la chaqueta y le mostró. La situación de Katia era
mucho más apurada: el encantamiento había hecho presa en ella con tanta fuerza
que la única manera de liberarla era haciendo venir a exorcizar la casa a un
cura de Orense experto en esos asuntos. Mi tía le preguntó si, en definitiva,
Katia tenía pensado quedarse esa noche o no, y él le respondió con evasivas,
tal vez a la espera de que ella diera el primer paso con respecto al cura
exorcista. Finalmente, Petro volvió al pueblo y Katia, visiblemente nerviosa,
empezó su trabajo. Mi tía llamó a mi madre para explicarle lo sucedido y ésta
exclamó que no quería ver aparecer por la casa a clérigo alguno. Al mediodía
fue hasta la aldea y Katia, avergonzada, le dijo que no podía seguir más
tiempo allí. Cuando terminó de trabajar, hizo la maleta y cogió el autobús de
regreso.
***
Unos meses después me crucé
con Petro y con Katia en el pueblo. Se alegraron de verme, pero en seguida me
preguntaron si habíamos dado ya los pasos para liberar la casa del
encantamiento. Les dije que en realidad no había sido necesario, ya que
utilizábamos a menudo la habitación contigua a la biblioteca y nadie
había sentido nunca las presencias fantasmales. Luego intenté cambiar de tema,
pero como seguían insistiendo les aseguré de manera cortante que en la casa
reinaba día y noche la misma tranquilidad de siempre. Aun así, después de
despedirnos me volví un instante y los vi alejarse calle abajo poco
convencidos.
20 comentarios:
Está muy bien,¿es un relato inventado o un...'sucedido' como dicen por ahí?
Me ha gustado lo de los tornarratos del horreo, palabra que no oía en años
(Por cierto, te pasa lo mismo que a mí, pero en tí tiene más delito puesto que eres más joven: sigues llamando 'principios de siglo' sin más no a este, en el que estamos, sino al siglo...¡pasado!)
Gracias, Lansky.
Pues sí, no me había fijado en lo del siglo, pero igual queda mejor así, ¿no?
El relato es "sucedido", hay datos que no puse para no hacerlo demasiado confuso: antes de Katia trabajó durante unos años en la casa una ucraniana que se llamaba Anna, con la que aquélla se puso en contacto no se sabe cómo cuando empezó a sentir las presencias, y al parecer Anna también las sentía.
Así que la casa tiene que estar de verdad encantada.
Sí, creo que queda mejor así, a principios de siglo sin más, yo te he entendido desde luego.
Y gracias por la aclaración: lo suponía un suceso real. Por si vale mi opinión, creo que es mil veces mejor un espíritu en la casa siempre que un exorcista aunque sea un rato, sobre todo si es un cura de Orense
La foto que encabeza tu relato podría hablar por sí sola, pero no soy objetivo. Aunque adoro esas casas indianas (en la mariña lucense hay auténticas maravillas), siempre han tenido, para mí, un halo de misterio.
Tu "sucedido" es un lugar común en Galicia, pero, en este caso, propio. En cualquier caso, me ha gustado el relato, "é moi noso" y, como siempre, estupendo.
Un abrazo
Estoy totalmente de acuerdo, Lansky, de hecho la gota que colmó el vaso no fue el encantamiento de la casa sino la propuesta de que viniera el cura a exorcizarla.
Gracias, deWitt. El lugar podría ser uno cualquiera, pero estoy seguro de que éste lo conoces y has pasado por allí alguna vez.
Abrazos
Esta muy bien, muy cotidiano y te deja la duda que tramaban esos dos detrás de ese miedo que profesan, o si realmente vieron algo. Yo diría que por el tono parecen estafadores o supersticiosos, gente un poco ignorante. Un abrazo.
Yo creo que los fantasmas de la casa no querían tener ni a Katia ni a Petro allí y por eso los echaron. Los motivos del fantasma muchas veces no difieren de los motivos de los vivos. Qué sabemos, por otro lado, nosotros de ellos? Me parece muy bien que no se accediera a ningún exorcismo, en cualquier caso no hubiera provocado efecto ninguno. Ah, me gustaría tanto visitar la casa indiana! sólo que me temo que yo tampoco les guste.
Gracias por la dedicatoria, Antonio. Sabes que me encantan estas historias.
Gracias, Mario. No eran estafadores porque estaban convencidos de que había algo, de hecho, para ellos tener que irse por ese motivo fue realmente embarazoso.
Emma, la explicación que apuntas es muy interesante y diría que la más probable. Se supone que los fantasmas están intranquilos y por eso rechazan a los vivos, pero puede que estén pefectamente como están y por eso no quieren que algunos vivos vengan a molestarlos.
La idea de que viniera de Orense un fulano a exorcizar la casa (¿qué pinta tendría? ¿cómo Max Von Sydow? ¿cómo Peter Cushing?) primero nos cabreó bastante, y luego nos dio la risa.
La casa encantada está ahí, estoy seguro que te ibas a entender muy bien con los fantasmas.
Abrazos.
Yo paso algún tiempo del verano cerca de la Marina lucense, en la ría del Eo,y siempre que no llevo prisa prescindo de la flamante nueva autovía y circulo por la carretera antigua, creo que tu casa de indiano se divisa desde ella, desde luego algunas otras parecidas, sí. (Me apunto a la teoría de Emma)
Muy bien relatado, Antonio.
Yo trabajaría gratis para tu tía, hasta pagaría para poder experimentar tal fenómeno. Lo único que podría molestarme es que no me dejaran dormir en paz.
No dices cómo solucionasteis el problema de la asistencia de la casa.
Por cierto, la casa es preciosa.
Lansky, la casa está más al oeste, entre la ría de Ferrol y le de Ares, que se pueden ver desde las habitaciones de la última planta. Es una zona donde hubo mucha emigración y hay casas de indiano a los lados de la carretera antigua, en lugares que eran de paso y quedaron algo apartados tras la llegada de la autopista.
Estuve en Ribadeo hace más de veinte años. Me gustaría conocer más Galicia, pero al vivir fuera, en cuanto tengo vacaciones necesito volver a mi pueblo (aunque supongo que a estas alturas habría que matizar eso de “vivir fuera”).
Gracias, C.C.
Yo he dormido alguna siesta navideña en la habitación embrujada y los fantasmas no me molestaron, de hecho esa habitación es una de las más acogedoras de la casa.
El problema se solucionó simplemente contratando a otra persona, que ahora vive allí con mi tía.
Sería interesante conocer dicha casa.
Saludos
David
Hola, Antonio. No sé si me vas a reconocer o seré un fantasma nuevo en este blog. Recuerdo todavía cuando entrabamos dos o tres a saludarte, hoy veo que tienes muchos seguidores y eso me gusta. Yo sería feliz en esa casa, soy antimiedos de esa clase y todo lo que conlleva espíritus y fenónemos paranormales. No puedo evitarlo. Me ha "encantado" la casa y todo lo que sucedió. Besos grandes. Si me visitas que sea aquí awacat.es y me llamo Blanca, ¿te sueno? ;)
David, la casa está allí, para terror y espanto de su moradores.
Blanca, me suenas, claro. Creía que habías cerrado el blog, me alegro de que tengas uno nuevo. Ahora te hago una visita.
Un abrazo.
Una historia macabramente encantadora, Antonio, entretenidísima, muy gallega. Eso sí, me quedan las dudas de si la casa familiar está realmente encantada o no. Gracias por lo que supongo es una dedicatoria hacia mi persona, junto con Grillo y Emma.
Un placer haber leído otra de tus historias, aunque esta vez no parezca de ficción. Un abrazo, Antonio.
Javier, la duda nos queda a todos y viviremos siempre con ella.
La dedicatoria era obligada, después de la penúltima entrada en tu blog, y siendo el exorcista nada menos que de Orense.
Un abrazo.
Caray, es cierto. Menuda fama van a coger los curas de Orense!! ;-D
Un abrazo
'Fantástico', Antonio. Fantástico cómo lo cuentas y quimérica la narración; muy gallega, como ya se ha comentado.
Las casas indianas son sumamente atractivas, todas tienen un toque estrafalario, algo desproporcionadas y bellas en su mayoría. Yo me he colado en algunas más de una vez, acompañado..., y hemos jugado a imaginar cosas raras.
No creo en fantasmas ni en apariciones. Ya desde joven me llevaban los amigos a sitios donde ellos veían UN fantasma concreto - detrás de los jardines del Ramiro de Maeztu en Madrid - para convencerme de su existencia. Íbamos de noche en coche unos cuantos, saltábamos las verjas. Yo echaba a correr hacia el fantasma, (una mujer vestida de blanco), le gritaba, le abucheaba... y ALLÍ NO HABÍA NADA. O quizás la 'fantasma' no quería nada conmigo...
Creo que se trata de cosas de la imaginación. Y, claro, siempre me han parecido más fantasmones los exorcistas de películas y los que todavía autoriza el Vaticano.
Muchas gracias por la dedicatoria.
No hay de qué, Grillo. A mandar.
¡He conocido gente así! No soy para nada supersticioso, pero bueno uno se topa con cada gente día a día que ya no es motivo de sorpresa. Cierto es que a veces he entrado a lugares de una pesadez extrema, pero muchas veces los fantasmas los pone uno ;)
Me gustó el relato, como siempre, entretenido y con ese interés acrecentado hasta el final.
Otro abrazo!
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