viernes, 31 de diciembre de 2010

THE BUTCHER BOY (I)

En una ocasión, cuando tenía once o doce años, fui a buscar un encargo a la carnicería, y al poco rato tuve que salir a causa de un mareo debido a la visión de las piezas expuestas y a los olores y sonidos característicos del local. Desde entonces no he vuelto a entrar en uno semejante, pero antes aún era capaz de esperar allí dentro hasta que el pedido estuviera listo, aunque apartando la mirada de las manos rudas que trabajaban con habilidad y rapidez sobre el mostrador.

Una mañana de verano, llegué a la carnicería en el momento en que las cinco o seis personas que hacían cola comentaban lo bien que le sentaban a la tienda las recientes reformas: el propietario había sustituido el viejo escaparate por una imponente cristalera, tan impoluta que producía la impresión de que se podía entrar y salir directamente sin necesidad de franquear puerta alguna. Mientras contemplaba la cristalera contagiado por la admiración de los otros clientes, vi a un señor que venía calle abajo y debía de conocer a uno de ellos, a juzgar por su paso firme y su mirada de reconocimiento. Era enjuto y fuerte, tendría unos cincuenta años, lucía mostacho y vestía chaqueta y pantalón azules y boina. Su forma de andar y un ligero aire desenfadado podían producir la falsa la impresión de que se trataba del clásico vecino cordial y campechano. Pero su expresión dura, astuta y desconfiada me llevó a pensar que probablemente sería de los que tratan a patadas a sus perros o le pegan una buena paliza a quien sorprenden robando fruta de sus árboles. Unos días antes, un vecino había corrido a palos a un amigo mío que pasaba frente a su finca porque se empeñó en que la semana anterior lo había visto cuando escapaba saltando el muro después de saquearle los cerezos. Luego se lo contó a su padre, y éste volvió a sacudirle. Según la descripción de mi amigo, que había entrado en alguna que otra finca pero nunca en aquella porque sabía cómo las gastaba su propietario, no sería extraño que el señor que lo había apaleado a él y el que veía yo ahora fueran el mismo. Por un instante, la velocidad y el paso decidido que llevaba me hicieron dudar que hubiera reparado en la existencia de la cristalera. Pero tenía que ser muy alcornoque para eso. Sin embargo, el señor no aminoraba la marcha y avanzaba convencido y en línea recta hacia la superficie de cristal que quedaba a la izquierda de la puerta. Pensé en hacerle una señal o advertir a los de dentro. Pero mi timidez innata, y la posibilidad de que al final entrara como habíamos hecho todos, me aconsejaron permanecer a la espera. La señora que acaba de pagar se volvió hacia la calle y dijo con una sonrisa: “mira, ahí viene Fulano de tal”, y unos segundos después el señor se lanzó contra el escaparate como si éste no existiera, salió rebotado hacia atrás y cayó al suelo de espaldas. El batacazo debió de oírse al otro lado del pueblo. Los de dentro se quedaron con la boca abierta, hubo quien salió rápidamente y hubo también quien ahogó una sonrisa inoportuna. No recuerdo si sentí o no haber callado, porque aunque hubiera vencido la timidez y afirmado que el señor se encaminaba hacia la vitrina, no cabía descartar que éste abriera la puerta y yo recibiera ásperos comentario de reprobación por haberme hecho el simpático. Lo sujetaron por los brazos, lo introdujeron en el local y lo acomodaron sobre un banco de madera para que se reanimara. Allí estuvo un rato, tumbado boca arriba con la mirada perdida en los tubos fluorescentes del techo, mientras alguna cliente le preguntaba de vez en cuando cómo se sentía y él respondía con un gemido. Superada ya la impresión causada por el accidente (que para unos sería una anécdota que contar a la mesa, y para otros la prueba que en los vinos o en el trabajo les permitiría asegurar que Fulano de tal era tan imbécil como ellos, por lo bajo, habían sostenido siempre), me entregaron el pedido y pagué. Salí de la carnicería y eché a andar calle arriba para seguir con los recados de la mañana.

14 comentarios:

Emma dijo...

Yo iba al carnicero con mi madre, nunca me atrevía a ir sola, buscaba mil excusas para no hacerlo. El carnicero tenía las mejillas picadas de viruela, fofas y bolsas debajo de los ojos, desde entonces esos rasgos permanecen en mi imaginación como "la cara del carnicero".
Feliz año nuevo, boy.

Anónimo dijo...

Salut, Antonio ! Il est 17h., je me trouve tout près de Marbella où je passe les fêtes de fin d'années chez ma soeur. Je t'assure que je n'ai pas encore commencé avec les boissons de circonstance, et pourtant je ne sais pas si je t'ai bien compris.Le gars qui se flanque une beigne dans la vitrine, c'est celui qui avait battu ton copain ?

Amuse-toi bien ce soir. Et bise.
C.C.
P.S. : Moi, c'est le contraire. Depuis que le médecin m'interdit les aliments gras et donc la viande, quand je passe devant une boucherie, ça me donne l'eau à la bouche à un tel point que j'en mordrais même le boucher.

Miguel Baquero dijo...

Yo no lo puedo evitar, pero a mí esos golpetazos me producen una risa tremenda que a veces no puedo contener por más que me esfuerce o que comprenda que es inoportuno. Y en este caso también me he reído sonoramente, porque está tan bien contado y de forma tan gráfica, con aquello de que el golpetazo retumbó en todo el pueblo...

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Amigos, debo decir antes de nada que “The butcher boy” es una conmovedora balada tradicional que podéis escuchar en el apartado “rock and roll” de este vuestro blog. Os la recomiendo, esta versión de Tommy Makem y los Clancy brothers me parece una de las mejores canciones que se hayan grabado nunca.
Emma, yo reconozco que soy un poco nenaza para esas cosas: hasta la palabra “carnicero” me da grima, y eso que no soy vegetariano ni nada por el estilo.
C. C., en réalité, je n’ai jamais su si c’était le même tipe ou un autre. J’espère que tu t’es bien amusée chez ta sœur. (Mordre le boucher : une bonne idée pour un film de Buñuel.)
Miguel, no recuerdo si yo me reí o no, porque la verdad es que el hombre se pegó un buen hostiazo. Pero joder, recordado hoy...
Os agradezco vuestros comentarios y os deseo un feliz año nuevo.

Abrazos.

abril en paris dijo...

A mi tambien me hipnotiza como maneja el cuchillo el tipo del mostrador con su delantal manchado de sangre... y esos trozos de carne esperando que los hagan filetes uff..
a veces solo por eso me haria vegetariana ( claro que el jamón serrano..ja ja )

Un saludo ;-)

Araceli Esteves dijo...

Genial, amigo Antonio. Las carnicerías cada vez me dan más grima a mí también. Ya no puedo con ese olor a muerto.

Grillo dijo...

Esas anécdotas de infancia, recordadas con mucha nitidez y al mismo tiempo algo borrosas, suelen ser fantásticas, porque la imaginación hace CREAR la parte que se te desdibuja.
Perosiempre queda la 'almendra' de la vivencia.

Antonio, por favor, deja algunos puntos y aparte o renglones en blanco por enmedio de tus textos... para los que ya no vemos muy bien, porque casi tenemos que ayudarnos con una regla para no saltarnos la línea.

No lo tomes a mal. Gracias tío.

Y cuéntanos más.

C.C. dijo...

Grillo : es posible que a Antonio le pase lo que a mí. Dejo espacio doble entre los párrafos, desaparecen en "vista previa", lo vuelvo a poner, voy a "publicar", y el resultado es el de siempre : han desaparecido los espacios.

C.C. dijo...

Antonio, please, si no es demasiado complicado, explícale a la abuela que soy dónde está el apartado "rock'nd roll" de tu blog.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Abril, tal y como lo describes, me dan ganas de escribir otro relato de este tipo... y luego caer redondo.
Araceli, lo del “olor a muerto” me recuerda a aquella tira de Mafalda en que Miguelito abre la nevera en casa de Felipe y le dice espantado que dentro hay un cadáver de pollo.
Grillo, me gustó mucho lo de la almendra. Miraré lo del espacio entre los párrafos: como dice C. C., a veces pongo un punto y aparte y dejo doble espacio para que sea más fácil de leer, pero luego le doy a “publicar” y aparece un espacio normal.
C. C., el apartado “rock and roll” está debajo de las cuatro fotos que hay a la derecha del texto: lo verás si vas bajando, es donde pone “etiquetas”. Ahí están clasificados todos los cuentos por temas. En realidad, en “rock and roll” no hay cuentos sino algunas canciones que me fascinan. “The butcher boy” es la primera que puse y de donde acabé sacando el título para esta anécdota o cuentecillo.

Abrazos.

C.C. dijo...

SÍ, SÍ. gracias. Ya lo tengo. Allá voy.

Tomás A.G. dijo...

Que bien contado el inexorable acercamiento del señor de cara desagradable a la luna del local. No se puede evitar adelantar una leve sonrisa imaginando el golpe. Además, consigues que el lector no se sienta culpable por ello dejando caer una injustificable sospecha de maldad del pobre hombre, que tal vez sólo sea culpable de ir por la calle con el semblante serio puesto.
Feliz año.

awacat.es dijo...

Los carniceros no van conmigo, me producen naúseas y encima me recuerdan siempre a asesinos en serie, no como la belleza del post de hoy.

Me alegro muchísimo de no estar sola en los comentarios y de que estés consiguiendo tanto éxito. Te lo mereces, de verdad..

Besote!

David Cotos dijo...

Siempre en la mayoría de casos son carniceros, pero también he conocido "carniceras".