Durante las tardes de invierno, Miguel veía el río y los montes desde su pupitre junto a la ventana, hasta que su ensimismamiento era cortado de cuajo por una bofetada que lo hacía tambalearse en el asiento. Las procesiones de Semana Santa anunciaban la llegada del buen tiempo, y una mañana de rudas competiciones deportivas señalaba el final del curso, tras el que venían un par de semanas forzosas e interminables en un campamento de la OJE. Después empezaba una temporada de lluvia, sol y nubes que Miguel deseaba que no acabara nunca. En septiembre, cinco días de fiestas locales ponían fin al verano.
Cuando tenía doce años, la última noche de las vacaciones, Miguel ganó al tiro una cartera de cuero falso con un espejo en su interior. Al devolver la escopeta y recibir el trofeo, le costó ocultar el orgullo que sentía. Las semanas siguientes, llevaba la cartera consigo cuando iba hasta la plaza con cuatro o cinco amigos después de salir del colegio, y cuando jugaban al clavo en algún prado de las afueras, tocaban la harmónica bajo un árbol del jardín o entraban furtivamente en las huertas. A veces paseaba en solitario por la estación del ferrocarril, por el atrio de la iglesia, por los alrededores de la fábrica de curtidos, por el pequeño puerto pesquero, con la cartera guardada en el bolsillo trasero del pantalón, de donde la retiraba en el momento de ir a sentarse. Dentro de aquel objeto, obtenido sin ayuda de nadie en medio del barullo de una alameda llena de gente, podía ver reflejada una parte de su rostro: la nariz larga, el flequillo que le caía sobre la frente, los ojos oscuros, en los que ocasionalmente leía una intranquilidad cuyo origen no sabía dilucidar.
Una tarde de octubre, Miguel compró un tebeo y se sentó al pie del escaparate de la librería para leerlo con avidez, olvidando momentáneamente la cartera. Se acordó de ella al oír a su espalda un inquietante crujido. Con el corazón en vilo se puso en pie, se llevó la mano al bolsillo, sacó la cartera y la abrió. Sintió como algo se venía abajo al comprobar que el espejo estaba hecho añicos. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero no lloró, para que nadie pudiera detenerse frente a él, y reírse o reprenderle. Con cuidado de que los fragmentos no se cayeran, cerró la cartera y volvió a guardarla. Ya era tarde y empezaba a hacer frío. Incapaz de contener el llanto, dirigió la mirada al otro lado de la calle, y entre los viejos edificios con galería de madera blanca pudo ver los prados que cubren la ladera del monte, y los caballos que pastaban en uno de ellos.
lunes, 5 de abril de 2010
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9 comentarios:
Espectacular relato. Quizás se le rompió el espejo al protagonista, pero descubrió otra forma de mirar.
!Y esa forma de mdir las estaciones por las emociones internas y los juegos! Me ha gustado mucho
A veces cuidamos algo tanto que acabamos destruyéndolo. Precioso relato con su moraleja. Un abrazo.
Me ha gustado mucho, tambien la foto del muchacho, todavia infante, apoyando el brazo sobre el mueble. Cosas como el espejo roto de aquella cartera son de las que esta hecha la literatura. Y la vida.
!Joder tío! acabo de leer El espejo y me transportó a aquello con un cierto sabor agridulce. Eres la leche. Es cierto lo de la intranquilidad; era muy incómoda, quizás un permanente estado de guardia por la inseguridad innata o por la indefensión ante un entorno, a veces muy hostil, que sobrepasaba mi infantil capacidad de reacción.
Otro abracísimo.
Con independencia del trabajo que nos cueste conseguirlo y el orgullo que nos produzca el trofeo ganado, nunca recordamos que es tan efímero como como lo más trivial y lo más ajeno a nosotros.
Hermosos relato. Me ha gustado mucho.
Seguro que al romperse el espejo encontró otra forma de mirar.
Muy buen relato, ya verás, nunca mejor dicho, que la suerte hará que al cambiar de mirada todo se hace mucho más fácil.
Gracias por la visita. Yo amenazo con volver.
Besito
Un tono nostálgico, que le viene perfecto, y un ritmo pausado que permite saborear al detalle la historia. No es mal relato, no.
Un saludo.
Amigos, gracias por vuestros comentarios, me alegro de que os haya gustado. En realidad, si este cuentecillo tiene algún mérito no es mío: la anécdota me la contó mi padre, que no es otro que el chaval de la foto a comienzos de los años sesenta. Y la imagen del final me la sugirió mi hermano, pues la que yo tenía pensada en principio, unos barcos saliendo a faenar al caer la tarde, ya la había utilizado en otros cuentos.
Abrazos
Antonio
Una vez de niño tenía unos stickers de E.T el extraterreste. yo estaba feliz con ellos. Fui a una reunión y una niña me los quiso quitar, como yo no me deje. me pego. yo estaba sorprendido, vino mi primo y le pego a ella. solucionado el asunto, stickers de vuelta para mi. Este hecho más lo recuerdo por la manera en que se puso mi primo y salio en defensa mio. Han pasado los años, él ya se caso, yo sigo soltero. él vivo muchos años en Europa. yo sigo en Perú. ya volvio, es un buen tipo.
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