martes, 5 de abril de 2011

BAJO LA NIEVE

En la comarca nevaba cada tres o cuatro años, pero, debido a la proximidad del mar, cuajaba de tarde en tarde, y cuando lo hacía la nieve no tardaba más de un par de días en derretirse totalmente. En esas ocasiones excepcionales, el pueblo y las inmediaciones amanecían bajo un manto blanco: el muelle, el puente de piedra, el torreón medieval, las calles ascendentes, los bosques y los prados, todo estaba cubierto de nieve, y el que se levantara temprano tendría la suerte de verla tal y como había quedado recién caída, antes de que cientos de pies o de neumáticos dejaran sobre ella sus huellas sucias.
Una mañana de febrero, mi hermano y yo entramos en el colegio y encontramos las aulas prácticamente vacías. La nieve había bloqueado las carreteras. Los autobuses escolares no habían podido pasar, y los alumnos que venían de otros pueblos o de las aldeas más alejadas se habían quedado en casa. En el colegio sólo estábamos los que vivíamos en el pueblo o en las cercanías y los internos. Al fin, después de diez o quince minutos de espera, nos anunciaron que no habría clase en todo el día. Andrés, Juan Diego, Miguel y yo salimos a la calle. El bar contiguo al colegio tenía los cristales empañados, pero se distinguía a los dueños de los comercios del barrio tomando cafés y chupitos junto a la barra. Los únicos coches que había en la calle eran los suyos.
–Hace un frío que mata maricones –observó Miguel.
–Yo me voy a casa –dijo Juan Diego, que vivía a cinco kilómetros del pueblo y tenía que volver caminando.
–Espera un poco –dijo Andrés.
Su madre lo había traído en coche, y ahora estaría esperando su llamada para venir a buscarlo en caso de que no hubiera clase. Miguel y yo vivíamos en una aldea cerca del pueblo, una zona de prados, terrenos y bosques donde apenas pasaba algún tractor y la nieve habría cuajado más que en ningún otro sitio. Nos quedaba toda la mañana por delante, así que les propuse ir hasta allí. Juan Diego no quería, pero Andrés le dijo que a la vuelta llamaría a su madre desde una cabina y ella lo llevaría hasta su casa. Juan Diego aceptó entonces, y después de un rato tirándonos bolas de nieve echamos a andar hacia la aldea. Al pasar frente a la desembocadura del río vimos los campos de la otra orilla con un aspecto totalmente nuevo. Cruzamos la carretera, tomamos un camino y unos minutos después atravesábamos un bosquecillo de castaños. Ahí comienza una empinada cuesta que termina poco antes de la casa de Miguel. Luego hay un tramo llano y unos metros más adelante el camino se cruza con el que pasa junto a la mía. Los charcos se habían helado, teníamos que andar con tiento para no resbalar sobre ellos. La nieve seguía intacta en el camino y los alrededores. Cuando llegamos al final de la cuesta, levanté la vista hacia uno de los montes que protegen el valle donde se encuentra la aldea. Recortado contra el cielo gris se veía el castillo medieval situado a seis o siete kilómetros del pueblo. Mi hermano y yo solíamos subir cada año al final del verano, pero yo recordaba haber estado muy pocas veces en invierno, y nunca un día como aquel. Nos detuvimos frente a la casa de Miguel, y estuvimos un rato empujándonos contra los arbustos, arrastrándonos entre la nieve y tratando de correr por el terreno adyacente.
Sería cerca del mediodía cuando empezamos a sentir hambre y decidimos volver a casa. Nos despedimos y Miguel entró en la suya. Vi como Andrés y Juan Diego desaparecían en dirección al pueblo y eché a andar hacia la mía. Aunque en algún momento de la mañana había notado algo parecido a un ligero mareo, supuse que sería por el cansancio y no le di importancia. Pero ahora, mientras andaba en solitario camino adelante, reparé en que mis pies estaban empapados y en el fuerte ataque de asma que sufría. Estaba muerto de frío, tenía mucho más del que hubiera imaginado durante los minutos anteriores. Sentí que me desvanecía. Tuve ganas de tumbarme en el suelo, entre la nieve protectora, y descansar. No hay demasiada distancia entre la casa de Miguel y la mía, pero me pareció que no conseguiría recorrerla nunca. Seguí avanzando como un autómata bajo el cielo gris, ajeno a los campos que me rodeaban, a las casas de chimeneas humeantes y a los coches que de vez en cuando circulaban por la carretera. Al fin salí al otro camino. Recorrí varios metros acompañado por el crujir de la nieve bajo mis pies y llegué al portal. Lo abrí y lo cerré sin fijarme en lo que hacía, como si pasara a través de él, y anduve un último trecho mientras los perros jugueteaban entre mis tobillos. Entré en casa por la puerta del garaje y me dejé caer al suelo de la cocina. Me quité los guantes de piel empapados. Al cabo de unos segundos, me puse de pie y entré en el cuarto de baño. Después de abrir el grifo con dificultad a causa de los dedos entumecidos, metí las manos bajo el agua caliente sin tener idea de si eso era bueno o no. Pero, poco a poco, el calor volvió a mis manos, y después a todo mi cuerpo. Me sentí mucho mejor. Cerré el grifo y me sequé bien. Luego subí a mi habitación, me cambié los calcetines y me puse una chaqueta gruesa. Antes de salir al pasillo miré por la ventana. En lo alto del monte veía el castillo medieval, testigo a lo largo del tiempo de otros días mágicos como aquél de febrero en que el pueblo amaneció cubierto por un sorprendente, misterioso y efímero manto blanco.

25 comentarios:

Lansky dijo...

Muy bonito, Antonio

¿Me perdonas si cometo la estupidez de preguntar si es autobiográfico?

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Gracias, Lansky.
Es autobiográfico, como hasta ahora todos los de la sección "School days".

awacat.es dijo...

Leyendo esta serie me encuentro como en mi casa.

Qué bonito contar las cosas de una manera sencilla y sentir que, en cierto modo, o en mi caso, te toca y llega.

Un abrazo!

Dol dijo...

Hace tiempo que no te leo .
Ahora no puedo ponerme pero vuelvo por la noche y te leo , pinta muy bien .
Un beso

J. G. dijo...

Y lo bien que los describes todo..

Miguel Baquero dijo...

Me gusta el final; cómo, pese a todo, te sigue pareciendo hermosa la nieve. Me parece buenísimo, y tanto más si es autobiográfico. Yo, por ejemplo, fui cartero y desde entonces odio con toda mi alma la lluvia; sólo acepto, si acaso, los chaparrones de verano.

carmen dijo...

Tienes paciencia, te lo digo siempre. A mí me falta para el relato escrito, es como si quisiera acabar antes de comenzar...

La nieve es mágica, refleja la luz y su pureza nos atrae

Raúl dijo...

Un muy buen relato, Antonio. uNo más. Coincido en lo acertado de ese final.

C.C. dijo...

Hola, Antonio. Siempre que cuentas experiencias propias, es cuando mejor escribes.

Hay un pasaje con tremendo suspense en este relato. ¡ Qué susto nos das !Yo ya te veía tumbado en la nieve muriéndote de frío.

Los zapatos empapados, los pies helados, el agua caliente, todo lo he vivido de niña igual que tú, pero con una experiencia más : ¡los sabañones !

Dol dijo...

Si yo también creí que habrías sufrido un desmayo y que te quedaste ahí , en la nieve , a punto de congelarte .
Menos mal que no.
Sabes una cosa?
Nunca he visto la nieve.
Debe ser increíble.
Un beso.

Emma dijo...

Me ha dado frio, y me ha recordado a mi propia infancia, tambien a Irlanda, porque eso que describes es Galicia, verdad? y yo vivi en Galicia y en Irlanda, y todo ese tiempo lo supe todo sobre esa tierra.

Caminante dijo...

Aquí me has tenido siguiendo tu recorrido en ese día nevado, distinto a otros, en que te quedaste frío, muy frío, pero llegaste a casa, a tu casa.
Saludos desde el sur de Madrid: PAQUITA

Araceli Esteves dijo...

Hermoso relato, tan bien dibujados los paisajes, con tanto detalle del
que disfrutar. Y esa nieve inesperada que lo transforma todo...

MTeresa dijo...

Un relato tierno y descriptivo,
tienes el poderío literario
de describir paisajes y
sentimientos para que el lector
los sienta como tú,
un abrazo y buenos días

Sergio DS dijo...

Me ha gustado mucho, pero más todavía conocer que es autobiográfico con tu aclaración en los comentarios.

abril en paris dijo...

Escarbar en los recuerdos es un buen ejercicio..lo interesante es saber si aún se conservan intáctos. Es como vivir dos veces.O al menos entender porqué somos como somos ahora.
¡ Quién no ha tenido los pies helados alguna vez por meterse en un charco de nieve !

Un saludo :-)

MTeresa dijo...

Que descanses en esta semana
de tiempo libre.

carmen dijo...

Seguro que la nieve ya se ha derretido...
Regálanos otro relato
Un saludo!

C.C. dijo...

Antonio no escribe. Grillo no escribe. Emma no escribe. Zaffe no escribe. Lansky escribe pero no hay manera de leer lo que escribe. Mais qu'est-ce qu'il se passe ?
Bises

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Ya va, ya va...
(Pero Lansky escribe, ya lo creo que escribe.)

C.C. dijo...

Pues, cuando tengas un momento, dime, please, cómo consigues leer a Lansky. Cuando entro en su blog, me salen unas citaciones y enseguida , debajo de éstas, todos los blogs que él sigue, y nada más.

No encuentro la manera de llegar a sus posts.

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Efectivamente, acabo de pasar por allí y sólo se ve la columna de los blogs enlazados. Supongo que es un problema temporal.

Sila dijo...

Siempre me hacía la remolona a la hora de ir a clase, especialmente por la tarde después de comer. Me escondía y mi madre me seguía el juego haciendo que no me encontraba hasta que, de repente abría la puerta del armario o miraba debajo de la cama y allí estaba yo, rezando para que no me encontrase, disfrutando esos instantes de duda, iré o no iré al cole. Me plantaban el babí y ale, caminito arriba. El colegio estaba en una hondonada y desde lo alto de la calle, podía ver el horrible edificio de ladrillo rojo poroso, de aspecto infernal. Intentaba caminar lo más lento posible para ver si con un poco más de suerte de la que había tenido hasta ese instante, cerraban las puertas y de esa manera, regresar a casa con semblante apenado, por no haber llegado a tiempo de entrar. Pero no, siempre me daba tiempo. A veces, sin saber quien había sido, al llegar por las mañanas el director a abrir las puertas, se encontraba con que habían metido palillos en la cerradura o le habían puesto pegamento o hincado clavos y, ahí si que casi siempre nos tocaba irnos a casa, al menos durante la mañana. Nunca hice pellas en condiciones, aunque miles de veces se me pasó por la cabeza. Me encantan aquellos recuerdos.

Emma dijo...

Yo he vuelto a escribir! Y ya he resuelto el misterio de Lansky, para leer su blog tenemos que entrar con Mozilla Firefox porque con el explorer no se puede, pero no me preguntes por qué!
Bisous

Antonio de Castro Cortizas dijo...

Carmen, me gustó la metáfora de la nieve.
Sila, preciosos recuerdos.
Emma, ahora me paso por tu blog. Yo vuelvo también dentro de un par de días. Creo que ya se puede entrar en de Lansky desde cualquier ordenador.

Abrazos.