sábado, 23 de marzo de 2013

JACQUES BONHOMME

En abril de 1358, durante la guerra con Inglaterra, las hijas de Jacques Durand, un campesino de Reims, fueron violadas y asesinadas por miembros de una de las bandas de mercenarios que asolaban el norte de Francia. Los señores no lograban detenerlos, los mismos señores que dos años antes había abandonado al rey Jean II en manos del enemigo tras la batalla de Poitiers, y ahora aumentaban los impuestos para poder reconstruir sus propiedades y exigían a los campesinos que defendieran sus castillos si eran atacados por los ingleses. Semanas después, a Durand le llegaron noticias confusas de que numerosos campesinos se habían reunido en Saint-Leu d’Esserent para enfrentarse a una nobleza que no había apoyado a su rey. No tardaron en formarse nuevos grupos en torno a otras ciudades, y Durand, desoyendo el consejo de su mujer, se unió al de Reims. A falta de una organización precisa, decidieron asaltar los castillos de la región. En el primero pasaron a cuchillo al señor, a su familia y a sus sirvientes, y prendieron fuego al castillo. Enardecidos tras esa primera victoria, los campesinos atacaron otro castillo y sacaron al señor al patio de armas, lo ataron a un poste y lo forzaron a presenciar la violación de su mujer y sus hijas, antes de acabar con todos ellos. Mientras salía de un patio encharcado en sangre, Durand se sentía aturdido por los hechos que acababa de presenciar. Pero luego recordó el desprecio en el rostro de los señores cuando les comunicó la muerte de sus hijas, los castigos que había sufrido por no poder pagar los impuestos, las ejecuciones de vecinos que habían robado para alimentar a sus familias y la muerte de hambre de otros, y durante el siguiente asalto actuó con la misma ferocidad que sus compañeros, aunque el recuerdo de su familia le impidió caer en los excesos de algunos.

En pocos días, los campesinos asolaron la región de Champagne y provocaron la huida de los miembros de la nobleza que aún no habían sido atacados. Pero Durand temía que la supremacía de su gente fuera a durar lo que a aquéllos les llevara reorganizarse, ya que apenas tenían   contacto con otros grupos de sublevados, y la única acción emprendida hasta entonces había consistido en eliminar el mayor número posible de familias nobles. Sus temores no tardaron en confirmarse. A pesar de los daños causados y del estado de terror en el que quedaba sumida la nobleza, pronto llegaron a Champagne noticias desalentadoras. Las huestes del rey Charles de Navarra y las de los capitanes Jean de Grailly y Gaston Fébus, que acababan de regresar de la cruzada contra Prusia, se habían unido para sofocar las revueltas, y con ellos cabalgaban también soldados aliados ingleses. En Meaux, los campesinos habían logrado negociar con los comerciantes de la ciudad, que terminaron facilitándoles la entrada y les permitieron apresar a los nobles allí refugiados, pero el ejército de Charles de Navarra la tomó por asalto, y después de liberar a los nobles la saqueó, mató a gran parte de sus habitantes e impidió salir de sus casas a otros mientras les prendía fuego a las viviendas. A continuación, los caballeros se enfrentaron a los campesinos en la batalla de Mello y les ocasionaron una dura derrota. Los que habían logrado huir contaban que después de la batalla Charles de Navarra había convocado una tregua e invitado a dialogar a Guillaume Cale, un líder de los sublevados que no aprobaba las atrocidades cometidas por una parte de los suyos. Pero cuando Cale se aproximaba en solitario al campamento enemigo, Charles de Navarra ordenó capturarlo ignorando la bandera blanca, pues los nobles no estaban obligados a respetar las normas de la caballería al tratar con un hombre de origen plebeyo. Cale fue coronado públicamente con una corona al rojo vivo en una ceremonia sarcástica, y luego decapitado.

La exaltación inicial entre los campesinos de Reims dio paso al miedo y a la incertidumbre. Se decía que los nobles mataban sin distinción a hombres, mujeres y niños, y Durand temió por lo que le pudiera ocurrir a su mujer. Grupos de caballeros bien organizados atacaron con rapidez cada una de las zonas donde se habían producido revueltas y exterminaron a todas las familias de campesinos que pudieron encontrar, quemaron sus casas y asolaron sus tierras. Frente a aquella maquinaria militar ejercitada e implacable poco pudieron hacer los sublevados, armados con hoces, cuchillos y guadañas, y dominados por la aprensión y el sentimiento de inferioridad hacia una clase a la que siempre habían considerado superior. Días después de la masacre de Meaux y la batalla de Mello, de los árboles de las regiones colindantes colgaban miles de cadáveres. La sangre se mezclaba con el agua de los arroyos, y por los campos ahora yermos se extendían los cuerpos desmembrados, quemados o destripados de gentes que, en muchos casos, ni siquiera habían participado en las revueltas. Entre los caídos se encontraba Jacques Durand, atravesado por las lanzas de varios caballeros después de que lo sorprendieran junto a otros campesinos mientra intentaba regresar a su casa. Su mujer nunca supo qué había sido de él.