Mary Bellamy era una joven de Dorchester que a los
dieciséis años se casó por imposición de sus padres con un fabricante de telas
treinta años mayor que ella. Las semanas anteriores a la boda, Mary dormía mal
y tenía pesadillas. Intentó que su padre cancelara la ceremonia, pero éste se
negó y el 12 de septiembre de 1723 Mary se convirtió en la señora Channel.
Después de una desastrosa noche nupcial, Mary pasó
a ocuparse de la casa. Su marido le encomendó dirigir a unos sirvientes que
apenas se esforzaban por ocultar su desdén hacia una muchacha cuyo origen era
tan humilde como el de ellos. Mary lo puso al corriente pero el señor Channel
no quiso escuchar sus acusaciones, así que los sirvientes y ella se enzarzaban
en continuas disputas en cuanto aquél se ausentaba. Con el paso de los meses,
resultó evidente que el señor y la señora Channel no podían tener hijos. Al
cabo de un año, el señor Channel apenas le dirigía la palabra a su mujer y
desempeñaba su rutina diaria como si ella no estuviera presente. Mary salía de
casa por la mañana después de que su marido se hubiera ido a trabajar, pasaba
las horas caminando por los campos y los bosques de los alrededores, y
regresaba unos minutos antes que él para comer o para cenar. Cuando el señor
Channel se enteró de aquellas ausencias la golpeó y le ordenó que no volvieran
a repetirse. Desde entonces, Mary deambulaba mañana y tarde por el interior de
la casa, y a veces lloraba junto a una ventana si estaba segura de que nadie
podía oírla.
Una mañana de febrero, el señor Channel cogió la
diligencia para Londres, donde iba a pasar diez días por asuntos de negocios.
Dos días después, un joven de la edad de Mary, que decía ser marino y dirigirse
a Weymouth para enrolarse en un barco que zarpaba esa semana, paró a pedir agua
en casa de los Channel. Mary lo condujo hasta la cocina y se la sirvió ella
misma. Estuvieron hablando un rato con la puerta cerrada. Luego salieron de la
vivienda, e ignorando las miradas acusadoras de sirvientes y vecinos tomaron
el camino que conducía hasta el pueblo. Aunque el muchacho se hospedó en una
posada, la mañana siguiente volvió a casa de los Channel y repitió las visitas
durante el resto de la semana. El día que había decidido marcharse, al caer la
tarde, Mary fingió indicarle la forma de llegar hasta la costa, pero en cuanto
dejaron atrás el pueblo se adentró en el bosque seguida por él. Pasaron la
noche dentro de una cabaña abandonada y alejada del camino. El muchacho le prometió
que al día siguiente la llevaría consigo, pero Mary se despertó de madrugada y
estaba sola en la estancia. Echó a andar de vuelta a casa. Al entrar se topó
con los sirvientes, que comenzaban la jornada y se mostraron extrañados al
verla. Mary los rechazó violentamente, se negó a darles explicaciones y se
retiró escaleras arriba a una habitación apartada.
Cuando el señor Channel regresó, ya estaba al tanto
de la aventura de su mujer. A la hora de la cena se reunió con ella en el
comedor e hizo salir a los sirvientes. El señor Channel la golpeó varias veces
y le ordenó que se marchara inmediatamente de su casa, pero antes de que
pudiera agredirla de nuevo Mary cogió uno de los cuchillos que había encima de
la mesa y se lo clavó en el cuello. El señor Channel se desplomó a sus pies y
Mary lo contempló en silencio mientras se desangraba sobre la alfombra. Luego
salió de casa, atravesó los prados contiguos y caminó sin rumbo por el bosque.
La detuvieron unas horas después dentro de la cabaña donde había pasado la
noche con el muchacho. Se dejó prender y no respondió a ninguna de las
preguntas que le hicieron mientras la llevaban de regreso al pueblo.
Mary Channel fue juzgada por asesinar a su marido y
condenada a morir en la hoguera, la pena habitual para las mujeres que habían
matado a sus cónyuges. Cuando escuchó la sentencia, sufrió un mareo y tuvieron
que sujetarla para que no se desplomara. Se repuso unos minutos después y
afirmó que merecía morir por lo que había hecho, pero suplicó que no la mataran
de aquella forma. Además responsabilizó de lo sucedido a sus padres, que se
encontraban en la sala y le rogaron que los perdonara. Pero Mary se negó a
hablar con ellos, y en seguida fue conducida a la prisión donde aguardaría
hasta que se cumpliera la sentencia.
El dos de marzo de 1725, dos guardianes sacaron a
Mary de su celda, le ataron las manos, la tendieron sobre una plancha de madera
de la que tiraba un caballo, y un palafrenero la llevó hasta el emplazamiento
donde iba a tener lugar la ejecución, al que habían acudido numerosos vecinos y
gentes de los alrededores. El verdugo la puso en pie, la situó en el centro de
la pira, fijó su cuerpo al poste con una cadena y le ató una cuerda alrededor
del cuello. A continuación, procedió como era habitual en aquellos
ajusticiamientos: prendió fuego a las ramas y los haces de leña acumulados en
torno a Mary, y cuando las llamas se elevaban tiró con fuerza de la cuerda
hasta estrangularla. Luego el vestido de Mary se inflamó, su cuerpo comenzó a
arder, y al cabo de varias horas quedaba reducido a cenizas.